sábado, 6 de junio de 2009

Los girasoles ciegos de Alberto Méndez


El título de la novela de Méndez corresponde a una de las cuatro historias contenidas en el libro, concretamente la última. Cuatro historias conectadas por unos personajes cuya sombra es posible ver deslizarse de un capítulo a otro.

Cuando se tiene en las manos la obra, se percibe desde el principio que no es un libro que vaya a dejar indiferente. Tal vez sea la contraportada, su introducción o el tono que impregna todas sus páginas,.. solo sé que su lectura nos alcanza de lleno. Ternura, compasión, dolor, tristeza, rabia, incomprensión, asco… son algunas de las emociones que despierta, porque la historia, nuestra historia, cuando está bien narrada, te golpea fuerte, evocando recuerdos ajenos, de vidas ajenas, pero que forman parte de la memoria colectiva.

La distribución temporal del libro resulta significativa: Primera derrota 1939, con el título “Si el corazón pensara dejaría de latir”; Segunda derrota 1940 con “Manuscrito encontrado en el olvido”; Tercera derrota 1941, “El idioma de los muertos” y Cuarta derrota 1942Los girasoles ciegos”, historia que ha sido llevada al cine y que probablemente ha supuesto su proyección al gran público.

Porque después de una guerra, absurda, como lo son todas, las heridas siguen abiertas y los diferentes derrotados, vencedores y vencidos, siguen librando sus propias batallas. Batallas contra el olvido “Con el hambre, lo primero que se muere es la memoria”, contra la soledad “Hoy le besado. Por primera vez le he besado. Se me habían olvidado mis labios de no usarlos” (p.54), contra el odio. Porque como señala el texto de Carlos Peira en la introducción, es necesario superar y para ello hemos de ser capaces de reconciliarnos con nuestro dolor. Es proceso ineludible enfrentarse a la verdad, con valor y sin disfraces.

Superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido. En el caso de una tragedia requiere, inexcusablemente, la labor del duelo, que es del todo independiente de que haya o no reconciliación y perdón. En España no se ha cumplido con el duelo, que es, entre otras cosas, el reconocimiento público de que algo es trágico y, sobre todo, de que es irreparable. Por el contrario, se festeja una vez y otra, en la relativa normalidad adquirida, la confusión entre el que algo sea ya materia de historia y el que no lo sea aún, y en cierto modo para siempre, de vida y ausencia de vida. El duelo no es ni siquiera cuestión de recuerdo; no corresponde al momento en que uno recuerda a un muerto, un recuerdo que puede ser doloroso o consolador, sino a aquel en que se patentiza su ausencia definitiva. Es hacer nuestra la existencia de un vacío”. Carlos Peira “Introducción” a Tomás Segovia: En los ojos del día, antología poética.

El libro arranca con la historia del Capitán Alegría, un hombre triste, para quién la guerra es un sinsentido, que se rinde a los republicanos el día antes a que el Comité de Defensa de Madrid se rindiera. Un gesto que sabe le valdrá el fusilamiento por desertor del ejército vencedor –su ejército- porque no entienden que él es un “rendido”, ¿cómo si no puede ser llamado un vencido por el vencido? “Aunque todas las muertes se pagan con los muertos, hace tiempo que luchamos por usura. Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio”.

El segundo texto, finalista del Premio Internacional de Cuentos Max Aub 2002, se redacta en forma de diario póstumo supuestamente perteneciente a un cuerpo hallado en una braña de los altos de Somiedo. En el manuscrito se nos desvela el padecer de un joven apenas hombre y su lento morir, resistiendo el hambre, la soledad, las inclemencias del tiempo, el miedo,… a la vez que intenta salvar la vida de su hijo recién nacido.

La tercera historia pertenece a Juan Senra, profesor de chelo y preso en la cárcel sin saber el motivo de su arresto. Cada día Senra logra comprar unas horas a la muerte a cambio de las anécdotas que susurra de Miguel Eymar, hijo fallecido del coronel que compone el “tribunal” que dicta sentencia predecible de muerte a todos los presos.

El final del libro se cierra con “Los girasoles ciegos”, historia narrada a varias voces, entre Lorenzo el niño y el diácono del colegio. Elena, la madre de Lorenzo, mujer hermosa y atractiva, despierta un deseo en el diácono del colegio de Lorenzo que acaba en tragedia.

Historias tristes, en tiempos tristes. Recuerdos que forman parte de nuestra historia y que tienen su merecido tributo en este libro.

Editorial Anagrama Narrativas Hispánicas

2 comentarios:

Didac Valmon dijo...

fantástico comentario para uin libro como este, fantástico a su vez...lo lei hace tiempo y lo disfruté, estoy esperando el moement de relleerlo

Icaras dijo...

Muchas gracias! Un libro que sin duda se aprecia más en una segunda lectura, como todo buen libro.