lunes, 17 de marzo de 2008

Así vuela el cuervo de Ann-Marie McDonald



El tamaño del libro siempre resulta un buen condicionante para pensar si realmente merece la pena dedicarle tiempo a una lectura. No tengo preferencia por un determinado volumen, aunque ciertamente ello determina el tiempo de dedicación. En este caso la extensión superaba las 1000 páginas. Me lo pensé en dos ocasiones, pero al final me pudo la bulimia y lo leí. Cuando la historia se refiere a abusos infantiles, la reticencia desaparece y la lectura se hace imprescindible.

Así vuela el cuervo inicia su narración de la siguiente forma:

“Los pájaros fueron testigos del asesinato. Abajo, entre la hierba que acababa de brotar, destacaban las diminutas campanillas blancas de los lirios de los valles”.

En medio de la belleza natural que sólo la naturaleza puede ofrecer con absoluta generosidad, sorprende el horror. Un cuerpo pequeño sin vida aparece violado. La inocencia enfrentada al dolor, a la muerte, a la brutalidad. Pero antes de llegar a este punto, la autora de origen canadiense nos hace testigos de los acontecimientos de la familia McCarthy.

En 1962, el comandante Jack McCarthy regresa con su familia a Centralia, base militar de aviación, en Canadá. El cometido de Jack es convertir a los mandos de la base en modelos de gestión, aplicando para ello toda su voluntad y conocimientos. Mimí, es la esposa perfecta. Atractiva, inteligente, encantadora, organizada, buena cocinera, amante abnegada y madre comprensiva. De esta feliz unión resultan Mike y Madeleine. La familia McCarthy son el prototipo ideal: atractivos, amables, educados, felices,…. El discurrir de los días en Centralia se presenta feliz para Maddy. Ya ha hecho dos amigas de su misma edad y ya tiene ganas de empezar la escuela.

Maddy es una niña bonita, despierta, que adora a su padre. Pero en la escuela se practican unos ejercicios de estrangulamiento que no le gustan nada. Con un terror que paraliza su cuerpo, cada tarde después de clase, Madeleine escucha los nombres de las niñas que forman parte del grupo que se queda unos minutos después de clase a refuerzos. Estas clases que sólo duran unos minutos se convierten a lo largo de las semanas en el secreto que la niña esconde a todos.

Mientras su hija sufre abusos sexuales, Jack, ante la demanda de Simon, antiguo instructor convertido en agente de inteligencia; se ocupará de prestar ayuda a un científico nazi especializado en física nuclear. No es hasta el final de su misión que Jack conoce el pasado del científico, en realidad un criminal y torturador. Enfrentado a sus principios, con la carrera espacial de fondo y la guerra fría, Jack decide mantener en secreto la identidad del científico en pro de una supuesta paz y libertad. Sin embargo, la muerte y violación de Grace, compañera de escuela de Maddy, conduce la investigación hasta la familia Froelich, vecinos de los McCarthy. Henry, el hijo adolescente es acusado de asesinar a Grace. Sólo Jack y Maddy, cada uno desvelando sus secretos, podrán salvar al acusado.

Años más tarde, Madeleine se ha convertido en una brillante cómica que oculta su pasado mediante el uso de la ironía y el humor. Episodios de crisis de ansiedad y angustia la conducen a una terapeuta que poco a poco liberará los recuerdos reprimidos. A partir de este momento, Maddy hará todo lo posible para descubrir quién fue realmente el culpable del asesinato de Grace.

Aunque la historia se fragmenta en diversas etapas, algunas más logradas que otras, la novela está escrita con pulso firme. Impecable recreación del contexto histórico y social, así como de la interacción familiar. Destacar el universo infantil, con los comportamientos característicos frente a los abusos o el deterioro del ambiente familiar en el hogar de los McCarthy.

Un final –según cómo se mire y quién lo mire- inesperado, aunque las pistas que nos facilita la autora sin duda no pasarán desapercibidas para un/a buen/a observador/a.
Probablemente la historia se hubiera podido escribir con menos páginas, beneficioso no sólo en la última parte del libro sino en los momentos en que somos tan conscientes de su peso en nuestras manos.