La lectura de “No es país para viejos” posiblemente consiga fervientes defensores/as o detractores/as, pero dudo mucho que pueda dejar indiferente. McCarthy no escribe historias agradables o cómodas, arropadas de bellas palabras. Al contrario, esta es una escritura que despoja a sus letras de todo lo que el autor considera innecesario.
Probablemente lo primero que llame la atención es el uso reiterativo de la conjunción “y” como encadenamiento sumativo de acciones y hechos.
“Se hundió en el pedregal y se quitó una bota y la colocó encima de las rocas y apoyó la caña del rifle en el cuero y accionó la muesca del seguro con el pulgar y apuntó por la mira telescópica” (p.15).
Un total de cinco conjunciones que narran la sucesión de hechos de forma casi robótica, prescindiendo de cualquier adorno. Una sucesión fría, con una ausencia de adornos metafóricos intencionada, que sustituyen lo “literario” por lo descriptivo.
Los parajes desérticos e inhóspitos -tan frecuentes en los libros de McCarthy- siguen presentes en éste, de tal manera que el lector/a se hace consciente del silencio tan característico del desierto, de la envergadura que adoptan los sonidos y de la vulnerabilidad de las personas, mucho más evidente en ese medio. En la descripción que hace el autor se palpa su conocimiento y amor por el desierto.
La violencia o maldad siempre es otra constante en este autor, aunque el uso que haga de ella varía. En este caso la violencia se presenta como algo fortuito, un número de lotería que le puede tocar a cualquiera. De hecho, el desierto -despejado e inmenso- fuerza a que seamos más conscientes de lo descarnado de las acciones, prescindiendo nuevamente de lo superfluo.
Una “maldad” por asignar un nombre a esa violencia que anida en ciertos corazones, donde la vida ajena vale lo que pueda dar la cara de una moneda. Ese tipo de maldad primitiva, inexplicable y temida, que nos tranquiliza ubicar fuera de nuestros espacios.
La trama es una carrera en la que los participantes se van sumando en diferentes tiempos y son expulsados –o expulsan- a otros participantes. Como la ley del más fuerte, se hace evidente en el libro quién es el cazador y quién la pieza de caza: el profesional que sabe leer las huellas de su presa y la pieza herida que deja huella. Víctima y victimario: el juego del gato y del ratón. Pero lo más interesante es que no se intenta dar ninguna explicación, ningún porqué. Una fatalidad que se apodera de los acontecimientos y personajes. De nuevo lo fortuito del destino, la ilusión del control de la vida:
“Las cosas pasan porque tienen que pasar. No te pregunta primero. No te piden permiso” (p.174).
“Te apuntas a un viaje y probablemente crees tener cierta idea de cuál es el destino de ese viaje. Pero podrías no tenerla” (p.209).
Las personalidades de los tres protagonistas más destacados conforman un juego a tres bandas. Un contraste en caracteres, edades, experiencias y personalidades. El sheriff Bell, un hombre cuyas reflexiones escuchamos a lo largo de la historia y nos sirve de contrapunto para intentar buscar respuestas a aquello que no entiende. Se nos presenta como un hombre con valores, como de los que cada vez quedan menos:
“Opino que cuando todas las mentiras hayan sido contadas y olvidadas la verdad seguirá estando ahí. La verdad no va de un sitio a otro y no cambia de vez en cuando. No se la puede corromper como no se puede salar la sal” (p.99).
“Esto os parecerá de ignorantes pero para mí lo peor de todo es saber que el único motivo de que aún esté con vida es probablemente que ellos no me tienen ningún respeto. Y eso duele mucho. Mucho” (p.171).
Chigurh, definido como una implacable máquina de matar… ¿un loco de atar, un hombre con unos principios morales muy “particulares”…? Un asesino con un propósito, un “pit bull” que no abandona nunca la presa.
Moss, el ex veterano de Vietnam y detonante de toda la historia. Recoge una maleta de dinero en un coche cuyos ocupantes acribillados a balazos están muertos, salvo uno que agoniza. ¿Tiene Moss elección?
A pesar de su aparente sencillez –literaria y argumental- una segunda ojeada dotará sin duda a la lectura de los matices que pasan desapercibidos en el primer contacto. Como ocurre con frecuencia con Cormack McCarthy, la historia provoca desasosiego. Desasosiego por hacernos conscientes de la realidad.
Probablemente lo primero que llame la atención es el uso reiterativo de la conjunción “y” como encadenamiento sumativo de acciones y hechos.
“Se hundió en el pedregal y se quitó una bota y la colocó encima de las rocas y apoyó la caña del rifle en el cuero y accionó la muesca del seguro con el pulgar y apuntó por la mira telescópica” (p.15).
Un total de cinco conjunciones que narran la sucesión de hechos de forma casi robótica, prescindiendo de cualquier adorno. Una sucesión fría, con una ausencia de adornos metafóricos intencionada, que sustituyen lo “literario” por lo descriptivo.
Los parajes desérticos e inhóspitos -tan frecuentes en los libros de McCarthy- siguen presentes en éste, de tal manera que el lector/a se hace consciente del silencio tan característico del desierto, de la envergadura que adoptan los sonidos y de la vulnerabilidad de las personas, mucho más evidente en ese medio. En la descripción que hace el autor se palpa su conocimiento y amor por el desierto.
La violencia o maldad siempre es otra constante en este autor, aunque el uso que haga de ella varía. En este caso la violencia se presenta como algo fortuito, un número de lotería que le puede tocar a cualquiera. De hecho, el desierto -despejado e inmenso- fuerza a que seamos más conscientes de lo descarnado de las acciones, prescindiendo nuevamente de lo superfluo.
Una “maldad” por asignar un nombre a esa violencia que anida en ciertos corazones, donde la vida ajena vale lo que pueda dar la cara de una moneda. Ese tipo de maldad primitiva, inexplicable y temida, que nos tranquiliza ubicar fuera de nuestros espacios.
La trama es una carrera en la que los participantes se van sumando en diferentes tiempos y son expulsados –o expulsan- a otros participantes. Como la ley del más fuerte, se hace evidente en el libro quién es el cazador y quién la pieza de caza: el profesional que sabe leer las huellas de su presa y la pieza herida que deja huella. Víctima y victimario: el juego del gato y del ratón. Pero lo más interesante es que no se intenta dar ninguna explicación, ningún porqué. Una fatalidad que se apodera de los acontecimientos y personajes. De nuevo lo fortuito del destino, la ilusión del control de la vida:
“Las cosas pasan porque tienen que pasar. No te pregunta primero. No te piden permiso” (p.174).
“Te apuntas a un viaje y probablemente crees tener cierta idea de cuál es el destino de ese viaje. Pero podrías no tenerla” (p.209).
Las personalidades de los tres protagonistas más destacados conforman un juego a tres bandas. Un contraste en caracteres, edades, experiencias y personalidades. El sheriff Bell, un hombre cuyas reflexiones escuchamos a lo largo de la historia y nos sirve de contrapunto para intentar buscar respuestas a aquello que no entiende. Se nos presenta como un hombre con valores, como de los que cada vez quedan menos:
“Opino que cuando todas las mentiras hayan sido contadas y olvidadas la verdad seguirá estando ahí. La verdad no va de un sitio a otro y no cambia de vez en cuando. No se la puede corromper como no se puede salar la sal” (p.99).
“Esto os parecerá de ignorantes pero para mí lo peor de todo es saber que el único motivo de que aún esté con vida es probablemente que ellos no me tienen ningún respeto. Y eso duele mucho. Mucho” (p.171).
Chigurh, definido como una implacable máquina de matar… ¿un loco de atar, un hombre con unos principios morales muy “particulares”…? Un asesino con un propósito, un “pit bull” que no abandona nunca la presa.
Moss, el ex veterano de Vietnam y detonante de toda la historia. Recoge una maleta de dinero en un coche cuyos ocupantes acribillados a balazos están muertos, salvo uno que agoniza. ¿Tiene Moss elección?
A pesar de su aparente sencillez –literaria y argumental- una segunda ojeada dotará sin duda a la lectura de los matices que pasan desapercibidos en el primer contacto. Como ocurre con frecuencia con Cormack McCarthy, la historia provoca desasosiego. Desasosiego por hacernos conscientes de la realidad.
2 comentarios:
Cuando veas la película, te darás cuenta que narrativamente la novela supera en demasia al trabajo de los Coen.
Eso sí, Bardem se come la película y no entiendo como lo han dado de secundario, ya que para mi, es el principal. Para mi gran descubrimiento el de este actor, ya que no gozaba de mis simpatías.
US
JA
Buena entrada. Yo dejé la novela por su aterradora sencillez reduccionista. Será cuestión de darle una segunda oportunidad.
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