A principios de año, leía en Internet que la actriz británica Kate Winslet mostraba su indignación por los comentarios que recibió la publicación de sus fotos en la revista de modas Vogue. La intérprete, en su mejor momento profesional por sus interpretaciones en las películas “El lector” y “Revolucionary Road”, era portada del número de enero y un amplio reportaje fotográfico la mostraba tan espectacular que las envidias desataron ríos de tintas sobre posibles trucajes photoshoperos. Sobra decir que yo misma tuve que mirar dos y hasta tres veces la foto para identificar en esta nueva imagen rubia y estilizada la que fue en su momento una joven pelirroja y voluptuosa. Nada que ver. Sobra decir que la actriz señaló que el cambio de apariencia respondía a un esfuerzo personal a través de deporte, dietas y variados cuidados. Desconocemos si la cirugía tuvo algo que ver aunque tampoco nos interesa. En realidad lo que llamó mi atención fue el despliegue generado detrás de la imagen re-construida y el impacto provocado. Y te preguntarás ¿qué relación tiene esta noticia con el libro que pretendo comentar? Pues precisamente que esta anécdota me ofrecía la oportunidad para entrar hablar de “El susurro de la mujer ballena”, una novela a la que le tenía ganas y que hace cierto tiempo quería comentar.
Debo señalar que el tropiezo con esta historia tuvo por origen un error. La red mental juega a los despistes, reteniendo ciertos vocablos y desechando otros. En este caso la palabra cautiva fue ballena. Y el error se produjo –después pude darme cuenta de ello- porque creía que este libro se correspondía a la película “La puta y la ballena”. A pesar de la gran distancia entre ambas historias, un punto las unía: dos mujeres, dos historias, dos miradas.
La novela de Cueto nos presenta dos mujeres; Verónica, periodista de cierto prestigio que a priori tiene todo para ser feliz: inteligencia, prestigio, dinero, influencia, familia, amante. Su existencia transcurre sin sobresaltos, surcando las olas de un devenir sin tropiezos… hasta que un día, de regreso a Lima en el avión se reencuentra con una antigua amiga del colegio, Rebeca. “Rebeca, Revaca, tan grande y gorda como una vaca”. Una mujer obesa, monstruosa, “en ese mar de carne en el que se había resignado a navegar”, acomplejada y compleja. Rebeca su amiga secreta, porque los niños también guardan secretos. “Yo le tenía compasión a Rebeca. Y la odiaba. Y la quería. Y le tenía miedo. Y la extrañaba. Siempre le había tenido un cariño secreto” (p.174).
Rebeca, de una extrema sensibilidad, atrapada en un cuerpo grande provocador de miradas, burlas e insultos. “Los insultos también deben tener su horario. Si se acaba el colegio, se acaban los insultos…” (p.32). Una niña infeliz, acostumbrada a soportar las humillaciones que su apariencia genera en los niños y niñas de la escuela, porque estos llegan a un grado superlativo de crueldad ante las diferencias.
Curiosamente, entre Verónica y Rebeca nace una amistad, una relación secreta, atrincherada entre las horas robadas del colegio. “Ahora pienso que ella era como mi amante secreta. Yo estaba casada con mis amigas del colegio que no debían enterarse de mis relaciones con ella. Rebeca lo sabía y lo aceptaba a cambio de vernos” (p.162).
Un incidente ocurrido en el último año de escuela provoca el distanciamiento entre ambas, hasta su reencuentro en el avión. A partir de este momento, Verónica tropezará sistemáticamente con Rebeca. Una figura en la sombra, agazapada, vigilante e inquietante. El rencor y la rabia se hacen patentes y Verónica tiene miedo.
Interesante visión crítica de la belleza y su beneficio en una sociedad donde la cultura le dedica un templo para esclavizarnos con la penitencia “del ejercicio, y la comunión de la dieta, y los templos de los gimnasios, y los milagros de la cirugía plástica, y así vas a ser, así vas a verte” (p.201). Pero su contrapunto, la fealdad, resulta mucho más fascinante en su propia monstruosidad, provocando un dolor tan grande que amenaza con arrancar la propia vida.
Cueto crea dos personajes, Verónica la bella y Rebeca la fea, pero en realidad ambas componen una metáfora de la mujer. Ambas esclavas de su apariencia y ambas infelices. Dos mitades separadas.
Tal vez el autor no lograra crear la feminidad que los personajes requerían o tal vez pretendiera ese punto de distancia y frialdad. La ausencia de acción se subsana con la descripción psicológica de las protagonistas, con la complejidad de las relaciones y la fragilidad humana.
“El susurro de la mujer ballena” es una interesante incursión en el dolor por el amor no correspondido, por la necesidad de aceptación y complacer a los demás. Una historia de venganza y víctimas, donde la belleza marca la frontera de lo aceptable. Si no que se lo pregunten a Winslet.
Destacar la portada por la pintura "Nude on a Divan" de Camilla Bombois, una pequeña joya.
jueves, 23 de julio de 2009
El susurro de la mujer ballena de Alonso Cueto
Premio finalista Planeta-Casamérica de narrativa iberoamericana 2007
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