Ferran Monegal, crítico televisivo de la cadena autonómica TV3, recogía las palabras del periodista de la 4, Iñaki Gabilondo en relación a una foto que se hizo de un africano moribundo. Esto no tendría más relevancia, una foto más de un hombre a punto de morir, algo a lo que nos tienen muy acostumbrados los medios de comunicación, si al ampliar el foco de la foto no nos aguardara la sorpresa que el susodicho se encontraba expirando su último aliento ante la presencia de un nutrido grupo de fotógrafos armados con los objetivos para captar la inminente muerte.
¿Cómo es posible negar la ayuda más básica a un ser humano so pena de perder la instantánea que removerá las entrañas de quienes la contemplen, encumbrando al fotógrafo por su trabajo? ¿Qué coste tiene el dolor ajeno? ¿Qué postura adoptar ante una cuestión tan delicada? ¿Nos instruye en algo ver la foto del hombre moribundo? ¿Somos mejores por mirar esas imágenes?
Susan Sontag nos invita a responder a estas cuestiones con su ensayo crítico “Ante el dolor de los demás”. Un ensayo sobre la guerra y una crítica ante el uso que una sociedad más centrada en la exhibición que en la denuncia hace del sufrimiento ajeno.
El libro arranca tomando como referencia la publicación de Virginia Woolf, Tres guineas (1938), que la autora británica escribió como respuesta a la carta de un prestigioso abogado londinense ante la pregunta: ¿Cómo hemos de evitar la guerra en su opinión?.
La respuesta de Woolf, que advierte que un diálogo real entre ellos no es posible ante los numerosos aspectos que les separa, señala que son los hombres quienes emprenden la guerra, a la mayoría de los hombres les gusta la guerra, pues en la lucha “hay alguna gloria, una necesidad, una satisfacción”. ¿Qué sabe una mujer, cuando precisamente rehúye su encanto?
Pero la guerra tiene su representación, sus pruebas, las fotos son el testimonio de los horrores que provoca. Para Woolf, en referencia a las fotografías donde se muestra el cadáver mutilado de un hombre o de una mujer, bien podría ser el cuerpo de un cerdo muerto. La cuestión es que la dimensión homicida de la guerra destruye lo que identifica a la persona como individuo, incluso como ser humano. La guerra es genérica, no hace distinciones y cuando se nos muestran las víctimas, estas pasan a ser genéricas y anónimas. Como señala Simone Weil, la violencia convierte en cosa a quien está sujeto a ella, la cosifica.
Así, desde luego, se ve la guerra cuando se mira a distancia: como imagen.
“Mira, dicen las fotografías, así es. Esto es lo que hace la guerra. Y aquello es lo que hace, también. La guerra rasga, desgarra. La guerra rompe, destripa. La guerra abrasa. La guerra derrumba. La guerra arruina”.
El conocimiento que tenemos las personas en la actualidad de la guerra es un producto de las imágenes, sobre todo del impacto de estas imágenes. Cuanto más perturbadora resulte la imagen, mejor. Pero Sontag se pregunta ¿qué implicaciones tiene protestar por el sufrimiento, en lugar de reconocerlo, identificarlo?
Para que las fotos denuncien, y acaso alteren, una conducta, han de conmocionar. (…) La gente quiere llorar.
Una curiosa paradoja: las personas sólo tomamos consciencia de lo monstruoso de la guerra cuando vemos plasmado la crueldad en las fotos. Sólo entonces nos horrorizamos, sólo entonces nos conmocionamos, momento en el que se alzan las voces de protesta… pero antes se ha tenido que recurrir a la exhibición impúdica.
¿Cómo es posible negar la ayuda más básica a un ser humano so pena de perder la instantánea que removerá las entrañas de quienes la contemplen, encumbrando al fotógrafo por su trabajo? ¿Qué coste tiene el dolor ajeno? ¿Qué postura adoptar ante una cuestión tan delicada? ¿Nos instruye en algo ver la foto del hombre moribundo? ¿Somos mejores por mirar esas imágenes?
Susan Sontag nos invita a responder a estas cuestiones con su ensayo crítico “Ante el dolor de los demás”. Un ensayo sobre la guerra y una crítica ante el uso que una sociedad más centrada en la exhibición que en la denuncia hace del sufrimiento ajeno.
El libro arranca tomando como referencia la publicación de Virginia Woolf, Tres guineas (1938), que la autora británica escribió como respuesta a la carta de un prestigioso abogado londinense ante la pregunta: ¿Cómo hemos de evitar la guerra en su opinión?.
La respuesta de Woolf, que advierte que un diálogo real entre ellos no es posible ante los numerosos aspectos que les separa, señala que son los hombres quienes emprenden la guerra, a la mayoría de los hombres les gusta la guerra, pues en la lucha “hay alguna gloria, una necesidad, una satisfacción”. ¿Qué sabe una mujer, cuando precisamente rehúye su encanto?
Pero la guerra tiene su representación, sus pruebas, las fotos son el testimonio de los horrores que provoca. Para Woolf, en referencia a las fotografías donde se muestra el cadáver mutilado de un hombre o de una mujer, bien podría ser el cuerpo de un cerdo muerto. La cuestión es que la dimensión homicida de la guerra destruye lo que identifica a la persona como individuo, incluso como ser humano. La guerra es genérica, no hace distinciones y cuando se nos muestran las víctimas, estas pasan a ser genéricas y anónimas. Como señala Simone Weil, la violencia convierte en cosa a quien está sujeto a ella, la cosifica.
Así, desde luego, se ve la guerra cuando se mira a distancia: como imagen.
“Mira, dicen las fotografías, así es. Esto es lo que hace la guerra. Y aquello es lo que hace, también. La guerra rasga, desgarra. La guerra rompe, destripa. La guerra abrasa. La guerra derrumba. La guerra arruina”.
El conocimiento que tenemos las personas en la actualidad de la guerra es un producto de las imágenes, sobre todo del impacto de estas imágenes. Cuanto más perturbadora resulte la imagen, mejor. Pero Sontag se pregunta ¿qué implicaciones tiene protestar por el sufrimiento, en lugar de reconocerlo, identificarlo?
Para que las fotos denuncien, y acaso alteren, una conducta, han de conmocionar. (…) La gente quiere llorar.
Una curiosa paradoja: las personas sólo tomamos consciencia de lo monstruoso de la guerra cuando vemos plasmado la crueldad en las fotos. Sólo entonces nos horrorizamos, sólo entonces nos conmocionamos, momento en el que se alzan las voces de protesta… pero antes se ha tenido que recurrir a la exhibición impúdica.
El problema no consiste en recordar por medio de fotografías, sino en no alcanzar a ver la dimensión del problema. Resulta cada vez más común sólo recordar la fotografía que nos impactó, como la de la niña afgana fotografiada por Steve McCurry y portada del Nacional Geografic que dio origen a miles que dio la vuelta al mundo. ¿Quién recuerda los bombardeos de la Unión Soviética a Afganistán en 1985? La iconografía del arte del sufrimiento es de antiguo linaje.
(…) encontrar belleza en las fotografías bélicas parece cruel. Pero el paisaje de la devastación sigue siendo un paisaje. En las ruinas hay belleza. (…) Las fotografías que representan el sufrimiento no deberían ser bellas, desvía la atención de la sobriedad de su asunto y la dirige al medio mismo.
No deberíamos olvidar que la exhibición de las fotos nos convierte en espectadores también. ¿Qué objeto tiene su exposición? Exhibir a los muertos es lo que al fin y al cabo hace el enemigo.
Para Sontag, las únicas personas con derecho a ver imágenes de sufrimiento extremo son probablemente aquellas que pueden hacer algo para aliviarlo. Los demás somos mirones, tengamos o no intención de serlo.
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