martes, 9 de marzo de 2010

La excepción de Christian Jurgensen


En una conversación me encontré un día haciendo la reflexión sobre la comida, el placer que proporciona y que en algunas ocasiones la experiencia es equiparable a cualquier expresión artística. Claro que estas raras ocasiones nos hacen ser más conscientes del poco glamour que tiene el alimento diario del bistec a la plancha con su verdurita. Si proyectamos el arte culinario al arte literario, encontramos aquellas novelas que nos sirven de alimento diario sin más ambición, frente a las que nos atrapan y das gracias por encontrar –aunque sólo sea una de vez en cuando- el libro que te dará ese placer.

La excepción es el libro que me ha mantenida despierta hasta las dos de la madrugada. Las razones son numerosas pero la principal es tratar uno de los temas que más me apasiona: la maldad humana.

Malene e Iben son amigas desde la universidad. Malene es una mujer muy atractiva e inteligente con un puesto relevante en el Centro danés de información sobre el genocidio (CDIG). Gracias a ella, Eben se incorporará a la plantilla. La secretaria Camila y Anne-Lise, la bibliotecaria, componen el resto del cuarteto. Paradójicamente, mientras se desarrollan proyectos, conferencias e investigaciones sobre el genocidio y la maldad humana, en el CDIG se fragua en paralelo una compleja situación de acoso en el trabajo.

Con una minuciosa atención al detalle de las relaciones y manipulaciones humanas, la historia se sirve del acoso para adentrarse en la psique y llevarnos a cuestionarnos algunas de nuestras creencias más firmes, explorando el universo del genocidio.

“He conocido a muchas personas que, sin esfuerzo aparente, han matado a sus amigos, a su familia, a sus vecinos y a perfectos desconocidos con picos, palas o lo que tuvieran más a mano. Es una posibilidad que seguramente todos llevamos dentro (…). La cuestión es no olvidar que las personas (y lo más probable es que también los que cometieron esos actos) pueden además albergar en su interior una bondad increíble e inexplicable” (p.222).

Determinados libros consiguen generar un nivel de tensión precisamente por convertirnos en la espectadora del desarrollo de unos acontecimientos que no puedes controlar y con los que te muestras totalmente contraria. Porque sabes que la sutileza y perversión a la que las protagonistas someten a la víctima acosada es injusta y cruel, pero aun peor porque tu impotencia pone en evidencia tu complicidad.

“Algunos logran borrarlo de sus vidas. “Era la guerra”, dicen, y vuelven a ser normales como antes y jamás se les ocurriría violar o cometer asesinato. Otros ya no pueden escapar. Han cambiado” (p.106).

La tesis del libro es osada, además de documentada, porque la mente humana es tan extraordinariamente hábil que logra transformar la realidad a su antojo. Y de ello va, de cómo la víctima pierde su brújula y se va transformando en una sombra de si misma; va también de cómo la obediencia y la presión de grupo conforman en ti una pasividad que consiente esa violencia; va de cómo logramos manipular el entorno para encontrar siempre las razones para defenderte de aquél que es más débil que tú. Porque en definitiva va de debilidad y de abuso.

“Los soldados soviéticos llegaban a ciudades y áreas rurales alemanas en las que no quedaban hombres armados. Por culpa de los alemanes, casi todos los soldados soviéticos habían perdido a familiares, amigos y camaradas, y llevaban cuatro años pasando hambre, frío, y sin mujeres. Su furia se desató. Incontables testigos oculares describen como casi todas las mujeres de entre 10 y 80 años fueron violadas, algunas hasta la muerte.” (163-164) “Mas de 15 millones de alemanes fueron expulsados de su tierra y más de dos millones de civiles alemanes fueron asesinados o murieron a consecuencia del hambre, el frío y otras penalidades en 1945 y durante los primeros cinco años de paz declarada” (p.167).

El autor nos conduce hábilmente por un recorrido nada grato ante las conductas del ser humano, que categorizamos de bárbaras e incomprensibles para distanciarnos, pero potencialmente muy cercanas a cualquiera de nosotros. La línea divisoria nunca fue tan fina.

“Si pudiéramos encontrar los botones del ser humano, podríamos intervenir en un momento anterior del proceso y evitar que continuara su desarrollo” (p.223).